lunes, 15 de julio de 2013

LOS ESTUDIANTES

Santísimo Cristo de La Buena Muerte.
Los crucificados de Juan de Mesa suelen ser de tamaño mayor que el natural, con cruz arbórea y cilíndrica, lo que les confiere un mayor naturalismo. Al tener los pies fijados al madero con un sólo clavo, la composición de estos Cristos es triangular, apartándose así de los cánones de su maestro Martínez Montañés. En cuanto a la corona de espinas, puede estar tallada o sobrepuesta.
Los rostros, que expresan una gran dulzura, reproducen una serie de rasgos comunes: pómulos salientes, ojos pronunciados, si están abiertos, y formando una ondulación, si Cristo está muerto; el perfil de la cara inclinado hacia delante, cabello y barba muy simétricos y tallados profundamente en finas guedejas, los músculos del cuello muy pronunciados. Los brazos presentan profundas axilas. El tórax amplio y escurrrido, con todo lujo de detalles anatómicos, que permiten determinar las causas de la muerte.
Hay además un elemento originalísimo en la iconografía de Juan de Mesa: el paño de pureza. Se trata de un elemento añadido por la piedad popular y el “decoro”, ya que Cristo fue crucificado desnudo. Responde a dos tipos: anudado directamente a la cintura o sujeto mediante una cuerda bien visible. Este segundo permite un estudio magistral de los perfiles de la figura, a la vez que una soberbia talla en finos y profundos pliegues.
El Cristo de la Buena Muerte responde a estos rasgo generales de la iconografía de Juan de Mesa. La talla mide 1’76 m. y, a diferencia de los dos realizados anteriormente por el, no estaba destinado a ser sacado en procesión, sino a un oratorio privado para los Jesuitas, como así se desprende del contrato suscrito entre Pedro de Urteaga S.J. y Juan de Mesa y Velasco en 1620.
La suave relajación del cuerpo indica que acaba de expirar. Hay aún algo de vida. El cuerpo se desploma, y los brazos, de profundas cavidades axilares, forman un ángulo pronunciado. La cabeza cae hacia la derecha. Los ojos, semicerrados, presentan las cejas muy arqueadas y convergentes hacia la nariz, sin que esto menoscabe la dulce expresión del rostro. Sin la corona, postiza, la cabeza se muestra en toda su plasticidad; el pelo y la barba, de talla profunda, realzan la belleza del rostro, donde los rasgos propios del escultor aparecen dulcificados, sin que esto reste un ápice de su realismo ascético.
El cuerpo, perfecto en su anatomía, también nos indica que acaba de morir. Los rasgos tanatológicos aún no han aparecido claramente. El estudio del torso y del abdomen es genial, impregnados de fuerte naturalismo. Los pies se estiran, mientras que los dedos de las manos se curvan ligeramente. Personalísimo el paño de pureza, que se anuda a la derecha con una cuerda, dejando visible la bella silueta de la imagen.
Los expertos coinciden en señalar a esta Imagen como una de las más clásicas de Juan de Mesa; más cercana a las de su maestro Juan Martínez Montañés, respetando los cánones clásicos de la imaginería, siendo considerada como una de las más perfectas tallas de la imaginería barroca mundial.

  Santísima Virgen de La Angustia.
La imagen está atribuida al artista malagueño Juan de Astorga, quien la realizaría en el año 1.817, según los testimonios de la época. No en vano, presenta un notable parecido con otras imágenes documentadas del escultor archidonense como la Virgen de la Esperanza (Trinidad), Presentación (El Calvario) o las imágenes secundarias de la Hermandad del Santo Entierro de Sevilla.
Determinados datos históricos avalarían dicha autoría, aún cuando sin la certeza necesaria, toda vez que los archivos de la Hermandad que realizó el encargo se perderían pocos años antes de su extinción.Como quiera que sea, la Imagen posee la fisonomía propia de todas las tallas del artista, impregnada del romanticismo que le confiere una belleza joven e idealizada, y un fuerte contenido espiritual que parece sumergir a las Dolorosas en un dolor que parece evadirle del mundo terrenal que les rodea.
Sus rasgos más característicos son el rostro magníficamente dibujado en óvalos de gran delicadeza, cejas rectas y finas, párpados caídos por el dolor, nariz recta de perfecto dibujo y delicadas manos que terminan en finos y elegantes dedos. De 1´64 cm., la cabeza de la Virgen se inclina hacia la derecha, mientras su boca, entreabierta, permite apreciar sus dientes en un gesto de llanto desconsolado. Cinco lágrimas, tres en el lado izquierdo y dos en el derecho, caen por sus sonrojadas mejillas.
Tras una primera restauración en 1944 por José Rivera García, sufre diversas intervenciones. En 1951, José Rivera García coloca clavijas nuevas en los brazos y repone las pestañas con pelo de malta. En 1981, Rircardo Comas, catedrático de la Facultad de Bellas Artes, le coloca de nuevo un juego de pestañas y lágrimas. En 1985 Luis Álvarez Duarte le reconstruye el ojo derecho, le coloca pestañas nuevas, le quita los repintes existentes en la parte del nacimiento del pelo y frente, que no son originales, realiza un nuevo candelero y retoca el busto. En 1997, Juan José Lupión, que con anterioridad había restaurado las manos, hace otro tanto con la articulación del hombro y el codo. En 1981, Ricardo Comas repone las pestañas y las lágrimas, siendo repetida esta actuación en 1986 por Luis Álvarez Duarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario