LOS ESTUDIANTES
Santísimo Cristo de La Buena Muerte.
Los crucificados de Juan de Mesa suelen
ser de tamaño mayor que el natural, con cruz arbórea y cilíndrica, lo
que les confiere un mayor naturalismo. Al tener los pies fijados al
madero con un sólo clavo, la composición de estos Cristos es triangular,
apartándose así de los cánones de su maestro Martínez Montañés. En
cuanto a la corona de espinas, puede estar tallada o sobrepuesta.
Los
rostros, que expresan una gran dulzura, reproducen una serie de rasgos
comunes: pómulos salientes, ojos pronunciados, si están abiertos, y
formando una ondulación, si Cristo está muerto; el perfil de la cara
inclinado hacia delante, cabello y barba muy simétricos y tallados
profundamente en finas guedejas, los músculos del cuello muy
pronunciados. Los brazos presentan profundas axilas. El tórax amplio y
escurrrido, con todo lujo de detalles anatómicos, que permiten
determinar las causas de la muerte.
Hay además un elemento originalísimo en
la iconografía de Juan de Mesa: el paño de pureza. Se trata de un
elemento añadido por la piedad popular y el “decoro”, ya que Cristo fue
crucificado desnudo. Responde a dos tipos: anudado directamente a la
cintura o sujeto mediante una cuerda bien visible. Este segundo permite
un estudio magistral de los perfiles de la figura, a la vez que una
soberbia talla en finos y profundos pliegues.
El Cristo de la Buena Muerte responde a
estos rasgo generales de la iconografía de Juan de Mesa. La talla mide
1’76 m. y, a diferencia de los dos realizados anteriormente por el, no
estaba destinado a ser sacado en procesión, sino a un oratorio privado
para los Jesuitas, como así se desprende del contrato suscrito entre
Pedro de Urteaga S.J. y Juan de Mesa y Velasco en 1620.
La
suave relajación del cuerpo indica que acaba de expirar. Hay aún algo
de vida. El cuerpo se desploma, y los brazos, de profundas cavidades
axilares, forman un ángulo pronunciado. La cabeza cae hacia la derecha.
Los ojos, semicerrados, presentan las cejas muy arqueadas y convergentes
hacia la nariz, sin que esto menoscabe la dulce expresión del rostro.
Sin la corona, postiza, la cabeza se muestra en toda su plasticidad; el
pelo y la barba, de talla profunda, realzan la belleza del rostro, donde
los rasgos propios del escultor aparecen dulcificados, sin que esto
reste un ápice de su realismo ascético.
El cuerpo, perfecto en su anatomía,
también nos indica que acaba de morir. Los rasgos tanatológicos aún no
han aparecido claramente. El estudio del torso y del abdomen es genial,
impregnados de fuerte naturalismo. Los pies se estiran, mientras que los
dedos de las manos se curvan ligeramente. Personalísimo el paño de
pureza, que se anuda a la derecha con una cuerda, dejando visible la
bella silueta de la imagen.
Los expertos coinciden en señalar a esta
Imagen como una de las más clásicas de Juan de Mesa; más cercana a las
de su maestro Juan Martínez Montañés, respetando los cánones clásicos de
la imaginería, siendo considerada como una de las más perfectas tallas
de la imaginería barroca mundial.
Santísima Virgen de La Angustia.
La imagen está atribuida al artista
malagueño Juan de Astorga, quien la realizaría en el año 1.817, según
los testimonios de la época. No en vano, presenta un notable parecido
con otras imágenes documentadas del escultor archidonense como la Virgen
de la Esperanza (Trinidad), Presentación (El Calvario) o las imágenes
secundarias de la Hermandad del Santo Entierro de Sevilla.
Determinados
datos históricos avalarían dicha autoría, aún cuando sin la certeza
necesaria, toda vez que los archivos de la Hermandad que realizó el
encargo se perderían pocos años antes de su extinción.Como quiera que
sea, la Imagen posee la fisonomía propia de todas las tallas del
artista, impregnada del romanticismo que le confiere una belleza joven e
idealizada, y un fuerte contenido espiritual que parece sumergir a las
Dolorosas en un dolor que parece evadirle del mundo terrenal que les
rodea.
Sus
rasgos más característicos son el rostro magníficamente dibujado en
óvalos de gran delicadeza, cejas rectas y finas, párpados caídos por el
dolor, nariz recta de perfecto dibujo y delicadas manos que terminan en
finos y elegantes dedos. De 1´64 cm., la cabeza de la Virgen se inclina
hacia la derecha, mientras su boca, entreabierta, permite apreciar sus
dientes en un gesto de llanto desconsolado. Cinco lágrimas, tres en el
lado izquierdo y dos en el derecho, caen por sus sonrojadas mejillas.
Tras una primera restauración en 1944
por José Rivera García, sufre diversas intervenciones. En 1951, José
Rivera García coloca clavijas nuevas en los brazos y repone las pestañas
con pelo de malta. En 1981, Rircardo Comas, catedrático de la Facultad
de Bellas Artes, le coloca de nuevo un juego de pestañas y lágrimas. En
1985 Luis Álvarez Duarte le reconstruye el ojo derecho, le coloca
pestañas nuevas, le quita los repintes existentes en la parte del
nacimiento del pelo y frente, que no son originales, realiza un nuevo
candelero y retoca el busto. En 1997, Juan José Lupión, que con
anterioridad había restaurado las manos, hace otro tanto con la
articulación del hombro y el codo. En 1981, Ricardo Comas repone las
pestañas y las lágrimas, siendo repetida esta actuación en 1986 por Luis
Álvarez Duarte.